Ana Sal tiene 38 años, tres hijas pequeñas y pruebas fehacientes de que el día tiene más de 24 horas. Trabaja en la oficina de recursos humanos de una empresa valenciana, Jeanología, encargada de vender máquinas para desgastar vaqueros, pero una vez a la semana acude con su portátil y una impresora al primer piso de la parroquia San Ramón en Paiporta para hacer otro tipo de labor. A partir de las diez de la noche, después de las duchas, las cenas y los cuentos, saca su ordenador y se pone a estudiar: cómo dar de baja un vehículo, conseguir un acta notarial, una referencia catastral, cómo constituir una comunidad de vecinos. A 47 días de la tragedia, todavía miles de familias no han recibido la mínima ayuda pública que les corresponde. El trabajo invisible de gente como Ana retrata las grietas de un sistema colapsado.
