
Jaime Maussan ha visto cosas que nosotros no creeríamos. Extraños sucesos que, para el ojo no entrenado, pueden parecer irrelevantes e inconexos, delirios incluso, pero que para él, tres décadas de carrera descifrando el cielo y sus mensajes ocultos en vídeos de baja resolución o solitarios avistamientos de madrugada, son pistas irrefutables de la existencia de vida más allá de la Tierra. La primera vez fue una noche de 1991 en la Basílica de Guadalupe en que la misma Virgen le habló, muy enfadada, dentro de su cabeza. Se llevó un susto de muerte. Los escépticos dirán que es mentira; los ingenuos lo llamarán milagro. “Creo que es un fenómeno que podría estar más relacionado con presencias inteligentes”, refuta él. Porque, ¿qué es, en el fondo, el Antiguo Testamento, sino la historia de un ser de otra galaxia, llegado a nuestro planeta a través de un portal interdimensional —como, por cierto, el que esconde el volcán Popocatépetl, que Maussan monitorea con una cámara— para sembrar las ideas que salvarán a la humanidad de su autodestrucción? “¿Tú cómo me puedes explicar a Jesús?”, reta, y cita el Evangelio de Juan, 18:36-40: “Mi reino no es de este mundo”. ¿Descabellado? Bueno, tampoco es que la hipótesis original, aquella de la paloma embarazando a María del hijo de Dios, fuera la vanguardia de la verosimilitud.